Los cinco miembros de la expedición al Polo Sur de 1912, con Scott (arriba a la dcha.)
Le esperaban vientos de hasta 300 kilómetros por hora, temperaturas inferiores a 50 grados bajo cero, un enorme océano congelado «que se desplazaba y retorcía como si estuviera vivo» y una costa sin apenas puertos naturales.
La lucha se establecía entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza, y el único obstáculo era la propia resistencia del aventurero, puesta a prueba cada segundo. «¡Santo Dios, esto es un lugar espantoso! Y ahora a volver a casa, haciendo un esfuerzo desesperado», comentó Scott en su diario cuando, poco después de sufrir durante varios días principios de congelación, descubrió que su rival noruego, Roald Amundsen, le había ganado la partida.
Al igual que Shackleton -otro de los nombres que brilló con luz propia en aquella rivalidad entre ingleses y noruegos- Scott se empeñó en utilizar caballos, cuya inutilidad sobre tan inhóspito terreno estaba demostrada, trineos a motor que no funcionaban y perros que nadie sabía guiar.
La carta de Scott
El 4 de abril de 1912, ABC se hacía eco de la carta que le entregó Scott al teniente Evans, que iba también a bordo del barco «Terranova» en aquella expedición, a 150 millas del Polo:
«Después de bastantes peripecias –escribía el capitán– dejamos Hut-Point para dirigirnos a la estación de invierno. Desde hacía tres semanas no veíamos el sol. La temperatura normal era de 40 grados bajo cero […]. A primeros de noviembre emprendemos la marcha hacía el polo, haciendo jornadas de 15 millas […]. El 3 de enero seguí con cinco hombres hacia el Polo y envié tres hombres, bajo la dirección del teniente Evans. Los que envío al barco van disgustadísimos, porque todos querían venir hasta el fin.
El tiempo es hermoso y el sol no nos abandona un instante. El frío, intensísimo; pero lo soportamos bien, porque estamos perfectamente equipados. Hasta ahora todo va bien. Lo más probable es que en todo este año no haya noticias nuestras, porque forzosamente volveremos tarde. Firmado- Robert Scott, capitán de la Marina Real».
Nada parecía ir mal. Sin embargo, cuando por fin consiguió alcanzar su soñado destino, lo único que encontró fue la bandera noruega que había dejado, un mes antes, Amundsen y sus compañeros.
«Uno de los cinco momentos estelares de la humanidad», lo calificó el scritor austriaco Stefan Zweig